La asistencia fue espectacular. Una refinada, pero pequeña cafetería del CCCB intentaba arropar, a duras penas, a todos los que nos habíamos acercado. Allí se nos habían prometido algunas respuestas, mieles de conocimiento sobre lo que se conoce como Neurobiología del Amor, y nosotros, cual abejas hambrientas, acudimos a la cita deseando entender un poco más nuestra irracionalidad humana. Pero, ¿realmente es eso posible?
El alegato científico era fuerte. Dos mujeres, Elena Crespi (psicóloga especializada en terapia de pareja) y Mara Dierssen (investigadora del Centre de Regulació Genòmica de Barcelona), y un hombre, Adolf Tobeña (catedrático en Psiquiatría de la UAB). Éste último aportó el contrapunto masculino y ácido necesario ante una audiencia mayormente conformada por mujeres. Autor del polémico libro "El corazón erótico", intentó que entendiésemos que, como monógamos imperfectos que somos, el amor es pura física neuronal. Y lo consiguió: la tormenta del enamoramiento es un pico dopaminérgico acompañado por tonalidades oxitocínicas y vasopresínicas, modulado por andrógenos, estrógenos, copulinas, opioides... y docenas de otras sustancias en ciertas áreas del cerebro. Y de una forma más simple, en boca de Mara Dierssen, es una adicción química entre dos personas. En ambas se desencadenan un conjunto de alteraciones químicas que generan sustancias como la dopamina, responsable de la sensación de atracción, o la serotonina, implicada en los pensamientos obsesivos.
¡Ya está! Nuestro cerebro tiene la culpa de todo. No es nuestro corazón el que sufre. Esa abulia que sentimos, esa tristeza que nos embarga, o por el contrario, esas maravillosas mariposas que nos cosquillean no son más que el resultado de un complejo circuito neuronal. El aurea de misterio que siempre ha rodeado al amor ya no nos la creemos. El cuento de hadas que nos repetían hasta la saciedad cuando éramos pequeños ya no nos sirve. Ahora cuando hablemos del corazón roto, sabremos que se trata de un síndrome de abstinencia que en algunos casos requiere de ayuda química. Y es que, ¡damas y caballeros!, el conocimiento científico y sus aplicaciones farmacológicas pueden aliviar el desamor. Según Tobeña, la ciencia nos abre un abanico de opciones. ¡Ensancha nuestra libertad! Por ello ya se espera que en un corto plazo de tiempo se pueda detectar y modular el umbral de los celos patológicos mediante fármacos.
Y si esto nos parece poco, del análisis de la actividad cerebral se ha podido también constatar que el cerebro de los hombres y mujeres funciona de manera diferente en cuanto al amor se refiere, y que cuestiones como los diferentes niveles de apetencia sexual o la promiscuidad tienen una explicación científica ¿Nos encontramos ante una premisa de base biológica que tan sólo busca incidir todavía más en la diferenciación sexual? Sea como fuere, la ciencia es una opción más. Parece que consigue simplicarlo todo. Incluso aquello que procede de nuestras entrañas más primitivas de atracción. Pero lejos de esa realidad, logra asombrarnos ante la compleja máquina relacional y sexual que somos los seres humanos. Ahora dependerá de nosotros escoger la próxima lectura de cabecera de antes de ir a domir: uno de Danielle Steel o la última novedad editorial en física y química humana para todos los públicos. Escojamos. Aunque…Si Cupido levantase la cabeza…
El alegato científico era fuerte. Dos mujeres, Elena Crespi (psicóloga especializada en terapia de pareja) y Mara Dierssen (investigadora del Centre de Regulació Genòmica de Barcelona), y un hombre, Adolf Tobeña (catedrático en Psiquiatría de la UAB). Éste último aportó el contrapunto masculino y ácido necesario ante una audiencia mayormente conformada por mujeres. Autor del polémico libro "El corazón erótico", intentó que entendiésemos que, como monógamos imperfectos que somos, el amor es pura física neuronal. Y lo consiguió: la tormenta del enamoramiento es un pico dopaminérgico acompañado por tonalidades oxitocínicas y vasopresínicas, modulado por andrógenos, estrógenos, copulinas, opioides... y docenas de otras sustancias en ciertas áreas del cerebro. Y de una forma más simple, en boca de Mara Dierssen, es una adicción química entre dos personas. En ambas se desencadenan un conjunto de alteraciones químicas que generan sustancias como la dopamina, responsable de la sensación de atracción, o la serotonina, implicada en los pensamientos obsesivos.
¡Ya está! Nuestro cerebro tiene la culpa de todo. No es nuestro corazón el que sufre. Esa abulia que sentimos, esa tristeza que nos embarga, o por el contrario, esas maravillosas mariposas que nos cosquillean no son más que el resultado de un complejo circuito neuronal. El aurea de misterio que siempre ha rodeado al amor ya no nos la creemos. El cuento de hadas que nos repetían hasta la saciedad cuando éramos pequeños ya no nos sirve. Ahora cuando hablemos del corazón roto, sabremos que se trata de un síndrome de abstinencia que en algunos casos requiere de ayuda química. Y es que, ¡damas y caballeros!, el conocimiento científico y sus aplicaciones farmacológicas pueden aliviar el desamor. Según Tobeña, la ciencia nos abre un abanico de opciones. ¡Ensancha nuestra libertad! Por ello ya se espera que en un corto plazo de tiempo se pueda detectar y modular el umbral de los celos patológicos mediante fármacos.
Y si esto nos parece poco, del análisis de la actividad cerebral se ha podido también constatar que el cerebro de los hombres y mujeres funciona de manera diferente en cuanto al amor se refiere, y que cuestiones como los diferentes niveles de apetencia sexual o la promiscuidad tienen una explicación científica ¿Nos encontramos ante una premisa de base biológica que tan sólo busca incidir todavía más en la diferenciación sexual? Sea como fuere, la ciencia es una opción más. Parece que consigue simplicarlo todo. Incluso aquello que procede de nuestras entrañas más primitivas de atracción. Pero lejos de esa realidad, logra asombrarnos ante la compleja máquina relacional y sexual que somos los seres humanos. Ahora dependerá de nosotros escoger la próxima lectura de cabecera de antes de ir a domir: uno de Danielle Steel o la última novedad editorial en física y química humana para todos los públicos. Escojamos. Aunque…Si Cupido levantase la cabeza…
2 comentarios:
Niels Bohr (gran fisico del siglo pasado) Nos cuenta una nueva manera de ver el átomo. Refuerza sus ideas en especial con el átomo de hidrogeno, al separar espectros de energía que no se entendían bien en lo teórico y él propone que el átomo debería visualizarse como un centro masivo, el núcleo; rodeado por electrones que se encuentran girando a través de dicho núcleo masivo en órbitas bien definidas, donde cada una de ellas corresponde a un nivel de energía. Los electrones van saltando en los distintos niveles de energía que rodean al nucleo en esas órbitas. Cuando un electrón salta a un nivel superior necesita energía y cuando lo hace al inferior desprende esa energía, observable en espectros. Ademas dichos electrones podían ir cambiando de orbita...
Eso no es el amor ?. Las relaciones amorosas son concéntricas, todo gira alrededor del sujeto amado, damos y recibimos, ganamos y perdemos.
El éxito reside en saber aprovechar la "energía", comprender que administrar los momentos óptimos para dar esos saltos harán que el amor no se agote.
Si bien cierto parece ser que las relaciones amorosas son concéntricas, como dice Hawa. Me parece una buena aproximación en general pero si lo observamos detalladamente quizás la teoría del caos, que estudia lo complicado, lo impredecible, lo que no es lineal, es otra posible manera de ver o comparar los sentimientos y/o el amor con algún tipo de matemática o de ciencia.
Raramente el comportamiento de un amor es lineal. ¿Verdad?
Saludos Dimpel, me encanto tu blog.
Publicar un comentario